Miguel Hernández. Vida y muerte de un poeta
De los grandes poetas españoles del siglo XX -siglo importantísimo en cantidad y calidad en la historia de la poesía en lengua castellana-, Miguel Hernández es el que ha sido difundido de una manera más arbitraria, también el más silenciado y el que murió más joven.
Sumario:
Entre sus poemas de adolescencia y los últimos que concibió pese a su enfermedad y su reclusión en prisión, no hay más que 14 años. Mucho menos longevo que Juan Ramón Jiménez o Jorge Guillén, pero también menos llamativo que Federico García Lorca. Miguel Hernández era la víctima ideal para la condena del silencio; la situación social y política de España, su muerte cuando echaba a andar la dictadura franquista (amén de la dureza y duración de dicha dictadura), remataron con éxito esa tenebrosa hoja de ruta.
Por suerte y a pesar de los esfuerzos denodados de la dictadura franquista, nueve de cada diez hispanoblantes no son españoles, y la obra de Miguel Hernández se editó y se agotó reiteradamente en América, siendo en muchos casos la influencia más decisiva de la moderna poesía castellana, al lado de nombres como Apollinaire, Cendrars o Dylan Thomas.
Miguel Hernández y el tiempo histórico
La España de Miguel Hernández es la que se establece entre el apogeo del anarcosindicalismo y la guerra de Marruecos (nacimiento), y el triunfo y la consolidación del régimen autoritario del general Franco (muerte).
Durante su infancia Europa sufrirá la mayor convulsión política desde las guerras napoleónicas (I Guerra Mundial), y su país, España, cayó en un cúmulo de despropósitos y desaciertos hasta desembocar en la dictadura del general Primo de Rivera.
Su adolescencia y sus primeros pinitos como poeta, además de sus inquietudes juveniles, serán contemporáneos de la implantación de la República, del esplendor de la «generación del 27», y del redescubrimiento de Góngora y Garcilaso.
La década siguiente (años 30 del pasado siglo) será la última de su vida, y es entonces cuando tiene lugar su breve pero intenso trabajo como poeta, dando lugar a sus publicaciones más famosas. Este tiempo está marcado por la agitación que tiene lugar durante el gobierno de la República, que desemboca en la cruel y siniestra Guerra Civil.
Es en ese momento, a grandes rasgos, el escenario que no conviene perder de vista a la hora de reconstruir la trayectoria de Miguel Hernández, pastor y poeta, y que al final se acabaría convirtiendo en soldado-poeta.
Nacimiento de Miguel Hernández
Orihuela es la tierra natal de Miguel Hernández, una pequeña ciudad alicantina al lado del Río Segura. En la época donde nació el poeta (1910) tenía muy bien organizada la división de clases, a través de una pirámide que iba desde los ricos y pocos propietarios de las tierras oriolanas, hasta los jornaleros en paro (mal endémico de aquellos tiempos), pasando por los variados niveles de la burguesía y trabajadores independientes.
A este último nivel (trabajadores independientes) pertenecía Miguel Hernández Sánchez (padre del poeta). Los ingresos del hogar procedían de la recría de cabras y ovejas, las cuales pastoreaba el padre con la ayuda de su primogénito, Vicente.
Además, repartía leche por la ciudad. En síntesis, era pobre, aunque sin severas privaciones, lo cual es mucho decir en la España rural de aquellos tiempos.
En lo que respecta a su formación, se puede decir que fue autodidacta, aunque varios autores sostienen que dejó la escuela con 12 años y otros que dicen que acudió a los jesuitas entre los 13 y los 15.
Poco más que leer y escribir y las cuatro operaciones matemáticas básicas, es lo que conoce Miguel Hernández cuando su padre (un hombre muy práctico) decide que vale más la ayuda de su hijo trabajando que estudiando.
Sin embargo, la amistad con Carlos Fenoll, con los hermanos Marín Guitiérrez o con el sacerdote don Luis Almacha (llegó a ser obispo de León) y la propia voracidad intelectual de Miguel Hernández hicieron el resto para convertirlo en el referente literario que luego fue.
Formación de Miguel Hernández
Mucho se ha hablado y escrito sobre las condiciones tan duras de la infancia del poeta, convirtiéndose en mitos culturales. Se suele cargar contra el padre insensible que es incapaz de ver que tiene un genio bajo su techo, sin tener en cuenta el contexto histórico donde nos encontramos.
Sin embargo, se olvidan que la formación intelectual de Miguel Hernández se dio de todos modos, con la naturalidad de los encuentros que él necesitaba y que también buscó.
Además, la vida de pastor le dotó de experiencias más acordes a su sensibilidad, lo cual hizo que sus escritos se distinguieran de sus contemporáneos por su frescura y sensualidad. Lo que se ha llamado poesía hernandiana.
Miguel Hernández había leído de forma desordenada lo que que caía en sus manos. Según contó él mismo en 1932, lo primero que leyó fueron novelas de Luis de Val y Pérez Escrich, básicamente dramas versificados que publicaba la revista «La Farsa».
Hasta que se cruzó con Carlos Fenoll (hijo de panaderos y repartidor de pan) en lo que se llamó la tertulia de la panadería, donde también asisten los hermanos Sijé. Allí abre su horizonte literario a otras lecturas, que pasan a ser «de otro mundo» cuando tiene acceso a la biblioteca del padre Almacha.
Es en esta biblioteca donde Miguel Hernández descubre a San Juan de la Cruz, a Gabriel Miró, a Verlaine, a Virgilio (en la traducción Fray Luis de León) y la Eneida, esta última convertida en compañera inseparable durante su labor de pastor.
Gracias a Ramón Sijé le llegará el conocimiento de las figuras más importantes del Siglo de Oro, lo que le valió para acercarse a los poetas y escritores modernos. Entre sus autores más frecuentados destacan Rubén Darío, Antonio Machado, Unamuno, Juan Ramón Jiménez y, sobre todo, Góngora, Lorca y Gabriel Miró. Esto lo declara el poeta en 1931.
Primeras publicaciones (Madrid)
El 30 de diciembre de 1929, en el semanario «El Pueblo», de Orihuela, Miguel Hernández publica su primer poema («Pastoril»), al que seguirán, al año siguiente y en el mismo periódico, «En mi barraquica» y «Marzo viene». Hacia finales de 1931, el poeta realiza su primer viaje, a Madrid, ilusionado por establecer contacto con poetas y cenáculos literarios.
Medio año permanece Miguel Hernández en la capital (declarada capital de la recién proclamada República), con grandes penurias económicas, Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos y ayudas externas (le hacen un par de entrevistas, en una de las cuales se solicita trabajo públicamente para él), Concha Albornoz y Ernesto Giménez Caballero le ayudan a conectar con gente y sus amigos oriolanos le hacen llegar un par de veces algo de ayuda económica, a pesar de disponer de pocos recursos, Miguel Hernández ha de regresar a Orihuela a mediados de mayo de 1932.
No disponía ni siquiera de dinero para el pasaje. Además de esto, se le complicó todo por un asunto burocrático (le habían conseguido un billete gratuito a nombre de Alfredo Serna), así que Miguel Hernández conoce su primera prisión: debe permanecer dos días detenido en Alcázar de San Juan, hasta que remiten las setenta pesetas que le permiten llegar a Orihuela.
Por entonces y gracias a la influencia de Góngora que se respiraba por todo Madrid, Miguel Hernández comienza a componer los poemas de Perito en lunas, que será su primer libro. Aparecerá en la colección «Sudoeste», de la editorial murciana La Verdad, con pie de imprenta de enero de 1933, con una tirada de 300 unidades costeada por Luis Almacha.
A partir de esta publicación (que tuvo un buen recibimiento crítico), crece la confianza del poeta en sí mismo y va desapareciendo su timidez. Puede decirse que ese año comienza la vida pública de Miguel Hernández, que solo será interrumpida por su muerte una década después. Consigue leer sus poemas en la Universidad de Cartagena y en el Ateneo de Alicante, y la revista «Cruz y Raya» publica su auto sacramental «Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras», que tiene un gran éxito en Madrid.
Por entonces culmina la influencia profundamente clásica que sobre él ha ejercido el pensamiento de su amigo Ramón Sijé, y que comenzará a declinar a partir del año siguiente. Ese año (1934) será decisivo en la evolución de la vida y obra de Miguel Hernández, por tres razones fundamentales: comienza su relación con la que finalmente sería su mujer, Josefina Manresa; escribe los poemas de El silbo vulnerado; realiza su segundo -y muy exitoso- viaje a Madrid.
Josefina Manresa
Parece ser que Miguel Hernández conoció a Josefina (a la cual amó en silencio) muy poco antes de su primer viaje a Madrid -según se deduce de una carta enviada desde allí a Carlos Fenoll-, pero sus biógrafos no están conformes con ello.
En cualquier caso, sí se puede verificar que hacia finales del año 1933 o comienzos de 1934, el poeta trabajaba como escribiente en la notaría de don Luis Meseres, y que su itineraio diario lo llevaba por la Calle Mayor, en un taller de costura en el cual trabajaba Josefina Manresa. Por tanto, es en el año 1934 cuando la pareja se compromete durante las vacaciones que Miguel Hernández -ya casi afincado en Madrid- pasa en Orihuela.
Segundo viaje a Madrid
Este segundo viaje a la capital puede considerarse como un traslado del poeta al centro de la vida intelectual castellana. Ya no regresará a Orihuela más que de vacaciones, para casarse o por la muerte de su amigo Ramón Sijé. La guerra, dos años después, y las prisiones, en lo que le resta de vida, lo trasladarán por su cuenta de aquí en adelante.
Después de unos meses de inseguridad, que amenazan con repetir su primera aventura madrileña, Miguel Hernández consigue trabajo en la enciclopedia taurina que prepara don José María de Cossío. Consolida su amistad con García Lorca y Rafael Alberti y a través de ellos conoce al hombre que suplantará a Ramón Sijé como maestro e ideólogo: Pablo Neruda, por entonces a cargo del consulado de Chile.
Gracias a estas amistades, Miguel Hernández descubre el surrealismo -el cual parece haber pasado por alto en su primera visita a Madrid-, y las ideas sobre el «compromiso» y la responsabilidad del intelectual y el poeta, tan distantes del rígido catolicismo de Ramón Sijé y de las charlas de la tertulia de la panadería oriolana.
Dos concepciones ideológicas irreductibles libran una batalla ese año en el ánimo de Miguel Hernández, y lo ponen al borde de situaciones que rayan lo patético: durante las vacaciones y por fidelidad al amigo, participa en las tareas fundacionales de El gallo crisis, revista dirigida por Ramón Sijé; pero en el otoño, en Madrid, no consigue hacer circular sus números entre sus nuevos amigos, interesados en otro tipo de espectro poético.
Es probable que la huelga de los mineros asturianos -violentamente reprimida por el gobierno republicano en 1934- acabe de dilucidar el conflicto interno de Miguel Hernández.
En cualquier caso, esto le inspira para el drama en tres actos Los hijos de la piedra, y por esas fechas también recibe una carta tremenda y repleta de advertencias de su amigo Sijé, sobre lo que este juzga como su deserción intelectual.
La amistad con Vicente Aleixandre -la más fuerte junto a la de Neruda- termina de definir la madurez ideológica del poeta, a la que ya no hará vacilar ni siquiera el dolor que le causa la muerte del «compañero del alma» en diciembre de 1935.
La realidad, cruda, se impone. La muerte de Sijé es casi contemporánea del asesinato de García Lorca, del triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, del alzamiento del general Franco, que abre la puerta a tres años de una Guerra Civil despiadada y a una larguísima postguerra de la que el poeta solo alcanzará a conocer sus inicios.
La Guerra Civil
En enero de 1936, tres años después de la aparición de su primer libro, se publica El rayo que no cesa, el cual no pasa inadvertido en los medios intelectuales, a pesar de la grave y convulsa situación de España en ese momento. Ortega y Gasset está interesado en colaborar con Miguel Hernández y la Unión Radio, de Madrid, le invita a dar un recital poético.
Después de publicar la «Elegía» a la muerte de Ramón Sijé, el poeta lee ese mismo año otros de sus dos máximos poemas: «Sino sangriento» y la insuperable «Égloga» a Garcilaso de la Vega, en la que hace gala de una flexibilidad métrica y una riqueza de rimas con escasísimos puntos comparables con sus coetáneos.
En mayo de 1936, Azaña es elegido presidente de la República; los generales Franco, Goded y Mola, sospechosos de alentar una inminente sedición, son alejados de sus mandos naturales. Antes de que pase otro mes, el asesinato de Calvo Sotelo, líder de la derecha parlamentaria, dará a los golpistas la excusa perfecta para justificar el alzamiento.
Para cuando este se produce, Miguel Hernández pasa brevemente por Orihuela, y parte el frente como voluntario. Allí se incorpora al Quinto Regimiento de Zapadores Minadores, y pasa sucesivamente por la Primera Compañía del Cuartel General de Caballería, como comisario político, y por la Primera Brigada móvil de choque, como delegado cultural.
Escribe Viento del pueblo y lee sus poemas en las trincheras, a veces por los altavoces. Miguel Hernández participa en la Guerra Civil con la misma pasión y esperanza que caracterizan toda su vida y su obra, se desdobla por hacer todo lo que esté en su mano para que el conflicto dure poco y arrastre el menor dolor posible.
Soldado, político, maestro de sus compañeros campesinos, redactor de periódicos del frente, Miguel Hernández se da tiempo para colaborar en media docena de publicaciones de la zona republicana mientras escribe uno de sus libros fundamentales, su Teatro de la guerra.
A pesar de la situación tan dantesca que vive España y, especialmente, Miguel Hernández, le pide a Josefina que se case con él. La boda civil se realiza en Orihuela en marzo de 1937, y el matrimonio parte hacia Jaén, donde el poeta estaba destinado.
La vida de la pareja recién casada, inicia su sucesión de desdichas. Al mes siguiente de la boda, Josefina debe partir a Cox (Alicante) para cuidar de su madre, aquejada de una dolencia que le causa la muerte un tiempo después. Miguel Hernández se reunirá con ella por entonces y deberá regresar a Cox al poco tiempo, víctima de un «surmenagre», que los partes de la época definen como «anemia cerebral».
Termina Viento del pueblo, escribe El labrador de más aire y comienza El hombre acecha, cuya publicación impedirá el final de la guerra. Respuesto de su enfermedad parcicipa activamente en las sesiones del II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas -al que asisten, entre otros, André Malraux, Tristán Tzará, Juan Marinello, Ilya Ebremburg, etcétera-, y viaja a la Unión Soviética, invitado oficialmente junto a otros artistas españoles.
Al poco del regreso de dicho viaje, y en plena ebullición de la guerra, nace su primer hijo, hecho que para Miguel Hernández es de una especial significación. La alegría, sin embargo, dura poco, ya que el niño muere meses más tarde, debido a una infección intestinal.
Muerte de Miguel Hernández
Acaba la Guerra Civil con la derrota de la República y comienza la última y penosa etapa de la vida de Miguel Hernández, la de sus prisiones, enfermedad y muerte.
Se firma la capitulación, y desoyendo consejos que lo instaban a refugiarse en la embajada chilena -donde Neruda había preparado todo para sacarlo del país-, el poeta toma el camino de Orihuela, deseoso de ver a Josefina y a su recién nacido.
Advertido del grave peligro que corre, pasa a Sevilla y luego a Huelva, donde gana la frontera con Portugal. Sin embargo, es detenido por la policía salazarista, que lo entrega a la Guardia Civil en Rosal de la Frontera. En la prisión celular de Torrijos pasará los meses que quedan de 1939, hasta septiembre, fecha de su última y breve liberación.
Los motivos de la mencionada liberación no están claros y es posible que nunca lo estén. Tres hipótesis parecen las más plausibles:
- María Teresa de León habría conmovido al anciano cardenal Baudrillart con la lectura del auto sacramental de Miguel Hernández, y la influencia del prelado habría decidido la liberación.
- Los esfuerzos de Neruda y otros extranjeros de rango prominente lo habrían conseguido.
- Miguel Hernández se benefició de una de las mini amnistías de la época para presos políticos no procesados.
Sea como fuere, la libertad dura muy poco. El poeta viaja a Cox, donde por entonces residen Josefina y su hijo, y durante una visita a Orihuela (la segunda, y cuando sale de la casa de Ramón Sijé), lo detiene un tal Morell, oriolano como él y oficial del Juzgado. El seminario, transformado por entonces en cárcel, lo aloja durante el mes de noviembre de 1939.
Neruda, una vez más, consigue que el consulado chileno ayude económicamente a Josefina, y que Miguel Hernández sea trasladado a Madrid, en mejores condiciones. Es el 3 de diciembre de 1939. Seis meses después, es condenado a muerte en consejo de guerra.
Las urgentes y eficaces gestiones de José María de Cossío ante el ministro Sánchez Mazas y el general Varela, consiguen la conmutación de la pena por la de treinta años de reclusión mayor. Miguel Hernández miente a Josefina, con el fin de darle esperanzas, y le escribe una carta donde le dice que le han condenado a 12 años.
Trasladado a las cárceles de Palencia, de Ocaña y, finalmente al reformatorio para adultos de Alicante, donde ocupa la celda número 100, en compañía de otros siete reclusos, Miguel Hernández no se deja derrotar por la adversidad y aprende inglés, trabaja con sus compañeros y escribe el asombroso Cancionero y romancero de ausencias, ese «diario íntimo con las ventanas abiertas de par en par sobre el mundo», dicho por su biógrafo y traductor Darío Puccini.
Miguel Hernández llega ya seriamente enfermo a Alicante, donde el hambre, el frío y las aguas contaminadas de la prisión, acaban por minar su salud. El doctor Barbero -quien firmará su parte de defunción con el diagnóstico de «fimia pulmonar»- lo reconoce una vez en el dispensario, pero a partir de allí lo atenderá en la celda, porque el poeta ya no puede moverse.
El último poema que, según todas las fuentes, escribe Miguel Hernández, son dos versos que resumen la conmovedora intensidad y economía que había alcanzado en sus últimos años: «¡Adiós hermanos, camaradas, amigos: | despedidme del sol y de los trigos!».
En la mañana del 28 de marzo de 1942 -Sábado y vísperas del Domingo de Ramos- a Josefina le rechazan la cesta de comida que llevaba para su marido. La esposa de Miguel Hernández se va «sin preguntar nada, porque no tenía valor de que me aseguraran su Muerte». Efectivamente, el poeta estaba muerto, y en su último momento la había recordado: «Josefina, hija, qué desgraciada eres», fueron sus últimas palabras.
Miguel Hernández fue enterrado al día siguiente, en el nicho número 1009 del cementerio de Nuestra Señora del Remedio, donde reposa todavía. En su lápida, sencilla a más no poder, no hay fechas ni testimonio alguno; solo se lee: «Miguel Hernández, poeta.»