Historia de Elche: La tormenta de 1853
En 1853 hubo una tormenta que comenzó a las nueve de la mañana del día seis de diciembre, como una pequeña lluvia suave, arreciando a las 4 de la tarde y aumentando en el transcurso de cada hora.
A las diez de la noche «la rojiza luz del relámpago ilumina todo el firmamento», el estruendo hace mella en todos los pobladores de la ciudad y el campo, quienes encienden velas a todos los santos. Las gruesas piedras y granizo que arrojan las nubes azotan las puertas y paredes, y asola los terrados; a las palmeras y elevados picos de los edificios les acometen enormes rayos.
El torrente que se precipita por los huertos de la Virgen, se indruduce por las calles Ancha y Trinquete, estrellándose contra un resto de la antigua muralla de la villa, que derriba de forma estrepitosa, cayendo al suelo puertas macizas y reventando el pozo que estaba fabricado en la pared de dicha muralla.
Por la puerta de Alicante baja otro caudaloso río hacia la Corredera, la cual queda inundada por el granizo y cuantos objetos arrastra el agua, obstruyendo los conductos de desagüe. Aquí mismo el agua alcanza una altura de TRES METROS.
El Convento tampoco es respetado, ni por el turbión, ni por las avenidas de agua. Los caños que conducen el agua a los pozos han reventado y se inundan el dormitorio y varias celdas. En su iglesia el agua ha rebasado la altura de las mesas de los altares. La campana llama en auxilio, pero se confunde con el estruendo de la tempestad y los alaridos de la población entera.
Los maestros de obras, seguidos de valientes operarios, abandonan sus casas y acuden donde la alarma de los vecinos les llama. Abren mil agujeros en las alcantarillas para que por ellos circule algua y rompen con peligro de sus vidas la acequia mayor, consiguiendo poder dirigir dichas aguas a la rambla, evitando así una inundación mayor de la ciudad.
El primero en entrar en el Convento fue el maestro D. Vicente Penalva, por encima del hielo, dictando sabias y oportunas medidas para dar salida al agua que penetra por la iglesia y demás puertas de la Corredera. Definitivamente, ese día de 1853 debió ser lo más parecido al fin del mundo en Elche.
En el Raval y el Llano, aún fue peor, ya que en la calle de Aspe arrancó de cuajo una porción de casas abriendo un profundo foso. En la calle de San José, el agua salta las paredes, penetra por las ventanas y va a salir a la de Santa Ana, para desembocar por la travesía de la rambla, llevándose dos almazaras que estaban establecidas a la caída del abrevador, justo cuando el aceite se estaba fabricando.
Las monjas fueron trasladadas en tartanas al Convento de la Merced. El 27 de mayo de 1854 se aprueba la permuta de los conventos por parte del Ayuntamiento, por lo que las Clarisas entran en posesión del convento donde habitarían a partir de la tempestad. El de la Corredera pasó al Ayuntamiento, quien estableció algunas escuelas, entre ellas las de párvulos. Al frente de la misma estuvo el maestro D. Juan Ruiz y su ayudante Visentico Baeza.